Don Juan
Lo tenía perdido en mi memoria y me acordé de él vagamente y entre sueños charlando con amigos. Necesité una llamada telefónica con mi mamá para recordar a Juan, el hijo de Doña Reina y los motivos por los que una vez por semana venía a paso tranquilo en su sulki con tres bidones azules de 100 litros. Vivían cerca del Centro Comunitario Rural Evangélico, la escuela albergue en la que nací, y en su rancho no tenían agua potable.
Doña Rosa
Doña Rosa tenía al frente de su casa un piletón que se alimentaba del agua de lluvia (si es que llovía). Alrededor había algunos árboles (si no recuerdo mal, había un pino) y aunque la pileta estaba cubierta por unas chapas, eso no impedía que alguna hojas cayeran dentro.
Recuerdo que cualquiera en Brea Pozo podía pedirle a Doña Pancha un vaso de agua. Como si se tratara del dealer del pueblo, ella era la encargada de saciar las bocas sedientas de los chicos y grandes que pasaban por las calles. Limpiaba un poco el agua con la mano para sacar las hojas y llenaba un generoso vaso de lata quizá un poco despintado con agua de lluvia.
No se que habrá sentido o pensado Doña Rosa con su rol de proveedora del preciado elemento. ¿Sentiría responsabilidad por brindar ese regalo a quienes se lo pedían?
El año de la sequía
(Fuente)
Yo era chico y mis recuerdos sobre este evento tienen el tinte surrealista. Pero lo cierto es que el año 1994 fue el año de la sequía en Brea Pozo. La esperanza de cada habitante del pueblo era que lloviera. Que lloviera como hacía 10 meses no lo hacía.
El pueblo se abastecía de una acequia, pero con la sequía el río había bajado tanto que el agua no llegaba. La escuela en la que vivíamos, a 3km del pueblo, era la única que tenía una bomba de agua, así que para nosotros el agua no faltaba. Dos veces por semana, un camión de la municipalidad venía a cargar agua para abastecer al pueblo.
Pasaron casi 20 años, yo era un infante de siete, pero nunca olvidaré el día que finalmente llovió. Todos salieron al patio de la escuela a mojarse, a reír, a llorar y a agradecer a Dios por la lluvia, por el agua que finalmente visitaba nuestro pueblo.